Instagram se ha convertido desde hace unos años en la red social más popular y seguramente la más interesante de todas para descubrir cómo está funcionando el mundo en estos tiempos. No es tan completa como Facebook ni tan directa como Twitter, pero ha conseguido enganchar sobre todo a los jóvenes gracias a su glamour, a sus stories y sobre todo, a su visibilidad. Si quieres ser alguien debes estar en Instagram, subir fotos e historias diariamente y recolectar likes en forma de corazón, para que todo el mundo sepa que estás disfrutando de tu tiempo a tope.

Se habla mucho de la forma en la que nos presentamos en estas redes sociales, la manera en la que mostramos nuestra vida no como es, sino como nos gustaría que fuera en todo momento, simplemente tomándonos las fotos en el lugar perfecto en el momento adecuado, enseñando solo la parte buena y bonita y guardándonos todo lo demás. Esa imagen que proyectamos en nuestras redes sociales tiene su culmen aquí, en Instagram, donde el postureo se convierte en una auténtico dogma y todo el mundo se entrega por completo para conseguir unos pocos de likes, que no son más que simbolitos en una pantalla. ¿De verdad nos pueden afectar tanto esas interacciones?

Efectos en nuestro cerebro

Evidentemente, más allá del simple símbolo o el hecho de encontrar un like en nuestra publicación, lo que supone para nosotros eso es consideración. Hemos hecho algo y la gente nos está premiando por ello. Y cada vez son más. Es cierto que solo nos hemos sacado una foto, y la mayoría de esos likes vienen de amigos y conocidos, pero no nos importa. El recibirlos, el ver como el conteo sigue subiendo en cada minuto, nos da un chute de maravillosa plenitud, como si hubiéramos conseguido algo importante, algo que nos hace destacar. Algo de lo que sentirnos orgullosos.

Esa consideración a través de likes, menciones e interacciones en general en las redes sociales viene a suponer algo así como los abrazos o palmaditas en la espalda cuando éramos más niños. Una forma de “amor”, entendiéndola como recompensa por algo que hemos hecho bien, como aprobación por parte de los demás. Y es peligroso porque, aunque los likes son totalmente reales, los estamos dando en un entorno virtual en el que tal vez tengamos miles de seguidores que, por momentos, pensamos que son nuestros amigos. Buscamos siempre obtener más, para tener más likes, y eso puede llegar a desencadenar en nuestra mente un punto de ansiedad y preocupación importante.

Así cambia nuestro estado de ánimo ante los likes

Hay personas que sienten auténtica necesidad por saber cuántos likes ha recibido su última foto, e incluso pueden llegar a enfadarse o cabrearse si no se llega a los esperados, si no se consiguen más que en la última imagen que postearon. Desde luego, la situación puede llegar a ser preocupante en tanto que se desarrolle una especie de dependencia brutal con respecto a este tipo de interacciones en redes sociales, y que nuestro estado de ánimo dependa, en buena medida, de lo popular que sean nuestras fotos y de los likes que hayamos conseguido con ellas. En el mundo actual, la aprobación de los demás es indispensable, e Instagram es algo así como la meca de dicha aprobación.

¿Cómo nos sentimos cuando el número de “me gusta” es escaso?

Como en cualquier otra cosa que hacemos en la vida, por más nimia que nos parezca, al subir una foto a las redes sociales estamos llevando a cabo un proceso con expectativas, es decir, pensamos y tenemos en la cabeza hasta donde puede llegar esa foto, y nos planteamos, aunque sea de forma inconsciente, el número de likes que debe conseguir. Y lo que ocurre cuando ese número de likes no se corresponde con lo que pensábamos sino que queda muy por debajo es que nos llevamos una gran desilusión, tal vez incluso un cabreo, afectando a nuestro estado de ánimo y a nuestra forma de ser, porque solo podemos pensar en cómo cambiar para que la siguiente fotografía sea mucho más popular.

¿Debemos tomarnos tan en serio estas redes sociales?

Evidentemente, hay quien no puede vivir sin subir varias fotos y stories al día a Instagram, porque lo ha convertido en una parte indispensable de su forma de vida. Eso de que todos tengan que saber qué estamos haciendo en cada momento, o presumir de nuestra vida supuestamente perfecta, desvela una alarmante necesidad de aprobación ajena, de llamar la atención para que todos estén pendientes de nosotros. Las redes sociales han supuesto un disparador absoluto para este tipo de personas, que han llegado a crear dependencia con ellas, ya que están todo el tiempo actualizándolas.

Esto, como es natural, puede llegar a ser tremendamente peligroso al estar condicionando todo nuestro tiempo, nuestra vida, a mostrarnos en Internet, donde pensamos que podemos llegar a causar sensación entre los demás, pero que simplemente servimos como entretenimiento durante unos segundos a cualquiera, tal vez incluso a desconocidos que no tienen el más mínimo interés en saber qué es lo que estamos almorzando esa tarde. Cierto es que existen personas que han logrado convertirse en influencers gracias a esos vídeos y que pueden incluso ganar dinero con ese trabajo. Pero para la mayoría, las redes sociales son solo una especie de ventana mágica y perfecta en la que nuestra vida siempre luce mejor.