Si hay algo que une a todos los seres humanos, da igual su raza, edad o condición, es la muerte. La inestimable certeza de que llegará el momento de abandonar este mundo, tal vez para viajar a otro, o tal vez para perdernos en la oscuridad insondable del vacío, es algo que nos permite ponernos a todos al mismo nivel. Y es que la muerte no entiende de méritos, riquezas ni ninguna otra condición, y se nos lleva de la misma forma, al rey y al vasallo, al viejo y al joven. Muchos prefieren no pensar demasiado en ello, pero eso no signifique que vayan a alejarse de la certeza de su final.

Hay, sin embargo, situaciones en las que nuestro cuerpo parece dejarse llevar, pero en realidad seguimos vivos. Hablamos, por ejemplo, de la muerte cerebral, ese punto en el que el cerebro parece apagarse y sus funciones quedan suspendidas. Es como si el procesador de nuestro ordenador de repente dejara de funcionar. Evidentemente el resto de la máquina quedará completamente afectado, como ocurre con nuestro cuerpo, pero ¿es un punto de no retorno? ¿Qué nos ocurre realmente durante la muerte cerebral? En este artículo vamos a ocuparnos más a fondo de este asunto.

¿Cuales pueden ser las causas de una muerte cerebral?

La muerte cerebral suele darse normalmente por un problema de desconexión entre nuestro cerebro y el resto del cuerpo a nivel neuronal. El cerebro pocas veces se para por sí solo, porque está preparado para ser el órgano que siempre resista y haga funcionar a los demás. Sin embargo, cuando la presión arterial en esa zona se desboca a causa de algún fallo den otra parte del cuerpo, las neuronas acaban muriendo de forma irremediable y con ellas, el propio cerebro deja de funcionar. Esto también puede ocurrir, por ejemplo, si sufrimos un fuerte traumatismo encefálico, en el que el cerebro se vea afectado y de la misma forma, deje de funcionar a causa de los daños recibidos.

Qué ocurre cuando estamos en este estado según la ciencia

La ciencia ha estudiado en profundidad este estado de muerte cerebral, especialmente en las últimas décadas, ya que es una de las dos posibilidades por las que se puede dar una muerte “legal”. La otra es el fallo cardiorespiratorio, es decir, dejar de respirar o bombear sangre a través del corazón. El cerebro, los pulmones y el corazón son los órganos más importantes para la vida de un ser humano. El primero de ellos, de hecho, regula a los demás, y gracias a él, el corazón y los pulmones pueden seguir funcionando perfectamente. Sin embargo, esa función se puede hacer a través de una máquina. Sin embargo, no hay máquina que todavía haya podido sustituir al cerebro humano.

La muerte cerebral se produce cuando el cuerpo deja de enviar oxígeno y sangre al cerebro, lo que hace que en su interior, las neuronas se vayan apagando poco a poco. No tardamos mucho en entrar en un estado comatoso irreversible, porque nuestro cerebro definitivamente ha dejado de funcionar, como si se hubiera apagado. Al no llegarle el sustento que necesita, el cerebro deja de funcionar y con él, cualquier función vital interna. Podemos mantenernos vivos durante un tiempo con la ayuda de máquinas, pero incluso así el cuerpo entenderá que algo muy malo ha pasado y solo podrá sobrevivir unos pocos días.

¿Es esto lo que sentiremos al morir?

Uno siempre se aterra al pensar en lo que se pueda sentir cuando se muere, pero la muerte cerebral no es, seguramente, la forma más dolorosa de fallecer, ni mucho menos. De hecho, al estar el cerebro apagado, realmente no sentiríamos nada. Lo que sí es cierto es que a través de diferentes testimonios de personas que han estado al borde de esa muerte cerebral podemos comprender un poco mejor esas experiencias traumáticas. Por ejemplo, las famosas imágenes pasando rápidamente por delante de nuestros ojos, o el túnel de luz, pueden ser reales o tal vez simplemente alucinaciones del cerebro en sus últimos estertores.

Ocurre algo similar mientras dormimos

Lo más parecido que podemos vivir diariamente a la muerte cerebral es el propio estado del sueño, a través del cual, nuestro cerebro y nuestro cuerpo se recuperan de toda la actividad diaria. El estado del sueño se puede dividir en dos fases primordiales, la fase NO REM y la fase REM. La primera de ellas, además, se divide en cuatro fases distintas, en las que el cerebro va pasando de las ondas rápidas y constantes a otras más repartidas en el tiempo, lo que se considera sueño de ondas lentas. Es como si estuviera dejando su actividad bajo mínimos, solo para controlar la respiración y el bombeo de sangre, imprescindibles para no perecer.

La actividad cerebral durante esas fases NOREM del sueño es mínima y aunque jamás llega a apagarse, es cierto que el cerebro permanece en un estado de standby, con una actividad muy por debajo de lo habitual durante ese tiempo. Curiosamente, eso cambia al llegar a la fase REM, en la que las ondas vuelvan a ser mucho más rápidas y contantes, con una posición similar a la de la vigila. Además de nuestro diafragma, también nuestros ojos se mueven bajo los párpados mientras estamos soñando. Esa es, precisamente, la señal de que estamos teniendo ensoñaciones.